En la búsqueda hallaré el tercero…

Cuando Alejandro Lescay me presentó el proyecto “Two Roads”, lo primero que pensé era que se trataba de dos exposiciones en una, eso, hasta que visualicé las obras y poco a poco el diálogo que establecen la serie “Los hijos de Matías Pérez” y “Friends” se fue vislumbrando, apareciendo los conectores conceptuales que encadenan ambas series; así comenzó  la tarea de descifrar esos eslabones comunes, que no se hacían totalmente claros, escurriéndose entre mis manos, dejando, durante algún tiempo, esta página totalmente en blanco: búsqueda e identidad, nostalgia futura…

La serie “Los hijos de Matías Pérez”, propone el tema de la insularidad y la inmigración como eje central, de esos que se van y nunca regresan, porque al retorno se nota la diferencia, el abismo de dos mundos que tratan de reencontrarse demasiado tarde, dejándonos ese inmenso vacío tan común en nuestra generación, al solo hablar del pasado con el amigo que vuelve, que nos narra del mucho trabajo, de la falta de tiempo…y solo escuchamos, diciéndole después, casi como consuelo, que aquí casi todo sigue igual.

Los lienzos de mediano y gran formato, en especial ese hermoso tríptico donde el viento hace desprender con su fuerza la bandera de esta esmeralda caribeña, de este barco al pairo donde algunos de sus marineros, frustrados de añoranza de tierra firme, me resultan entrañablemente personales; yo también miro al mar y suplico al viento que esta nao no se hunda, para que los perdidos, encerrados en sus cestas de globos errantes puedan divisarnos, si algún día deciden regresar.

Si la primera serie hace resaltar la tristeza por la partida, el enigma del “qué será”, a través de una poética universalista, “Friends” tiene un sentido más íntimo,  personal; Alejandro nos muestra aquí sus amigos y familiares más cercanos, todo a través de los símbolos que desde su punto de vista marcan a cada uno de ellos, desgarrando el lienzo con un desborde de color desde el lugar de la anatomía de los personajes donde se encuentra el sentido de la vida de cada uno de ellos.

 Autorretratándose  el autor en la obra “Alma”, donde irónicamente, se torna éste más críptico, obscuro, casi monocromático, a diferencia de las demás obras de la serie mucho más coloridas, tal parece que le es más fácil descubrir la esencia de los demás que la de sí mismo, es como si tomara distancia de su yo anteponiendo la del otro, sobre el que deposita su afecto. Alejandro no se representa completamente, solo una mitad de su inmensa anatomía, el resto de él hay que buscarlo en las otras piezas, es allí en donde creo que nos dirige, diciéndonos que su alma solo está completa, acabada, en compañía de sus seres más queridos.

Así, entre la incertidumbre de los obscuros fondos y surrealistas imágenes de  “Los hijos de Matías Pérez” y “Friends” con su colorido realismo, Alejandro discute sobre el dilema universal entre la necesidad material y espiritual, sobre ese inacabado equilibrio que tan pocos alcanzan; los que se marchan de este archipiélago no se van solos, también se marchan con un pedazo de los que nos quedamos, convirtiéndose, muchas veces sin darse cuenta, en seres incompletos, gorrionescos, añorantes.

 Mientras la primera serie narra la partida, la segunda recurre a la permanencia, a lo que nos identifica con el sitio al que pertenecemos: la familia y los amigos, que a la postre son la misma cosa.

De esta manera me encuentro en la búsqueda del tercer camino, uno en que se apaciguan los fueros de la partida y la permanencia; ese camino todavía no lo hallo, no descifro completamente la parábola del profeta, esa página todavía está en blanco, se la debo a Alejandro, esperando que los que aprecien las obras de este joven autor también la presientan, como la brisa repentina que viene de cualquier parte, llenándonos de momentáneo gozo, dándonos esperanza aun cuando sabemos que solo será por un momento.

Lic. Alejandro Salvador Figueroa (Historiador del Arte)